Por Driveth Razo
¿Qué fue lo que les pasó?
Te fuiste sin decir adiós,
prometiste no dejarle
pero veo que la abandonaste.
Le dijiste que sería para siempre,
que nunca te irías,
le ayudaste a encontrarse
cuando estaba perdida.
Todo el mundo olvida.
Pensó que todos la abandonarían,
y le dijiste que tú no lo harías,
pero te fuiste sin dejar nada a tu partida.
Las noches pasaban y ella sanaba,
olvidó sus fantasmas y al fin regresaba.
Volvía a sentir ese calor que tanto extrañaba,
pero volviste a acabar con la esperanza que le quedaba.
Cuando te fuiste, todo se cayó.
El pasado que cerraste, volvió,
esa herida que cicatrizaste, se reabrió,
lograste acabar lo que alguien más empezó.
No sabía que se volvería rutina.
Un cúter encontró,
sólo una línea pensó,
pero la adrenalina aumentó.
Esa línea fue el comienzo,
su pasado y presente volvieron,
no podía huir de sus errores
ni mucho menos de sus temores.
Siempre estuvo sola,
no había nadie a su lado,
sólo estaba ese recuerdo
que la atormentaba a cada momento.
Fue tiempo de decir adiós
y dejarlos ir, sobre todo a ti
de olvidar el pasado
y al fin ser feliz.
Las heridas que obtuvo
gracias a ti
fueron las que la enseñaron
a no volver a sonreír.
Cada recuerdo, cada sonrisa,
le recordaban a ti.
Cada suspiro, cada alegría,
te lo dedicaba a ti.
Aprendió a reír gracias a ti.
Su pasado se desvanecía,
la ayudaste a revivir
de ese pantano que la vencía.
Se acostumbró a tu presencia,
su dolor se disolvía,
se iban sus pesadillas
al igual que tú lo hacías.
Siguió insistiendo,
pensando que regresarías
pero al fin comprendió
que te fuiste sin despedida.
Las palabras ya dichas
no volverán a emerger.
Las lágrimas ya derramadas
no volverán a correr.
Cuando uno se equivoca
no hay vuelta atrás,
no hay máquina del tiempo
que dé una segunda oportunidad.
“Siempre” eso dijeron
pero no entendieron
que sólo un segundo
fue eso que prometieron.
Ese segundo fue suficiente,
se sintió segura navegando en tu corriente,
te entregó su confianza
y sin saberlo también su alma.
Te entregó su historia,
también sus lágrimas.
Te entregó su fe
que tanto cuidaba.
Sintió que eras su salvador,
que la rescatarías de ese dolor.
Pero como siempre se equivocó
así que no le quedó otra opción.
Al fin se atrevió a decir adiós,
encerró sus recuerdos en latón,
sin pensarlo más, a un vació los tiró.
Después, fue hacía un balcón y al fin todo acabó.
Empezó a llorar y nunca paró,
quería sacar todo ese dolor.
El viento sopló
y una brisa le llegó.
De la nada escuchó una voz:
“No te rindas” le suplicó.
“¿Quién eres?” preguntó,
“Sólo se valiente por favor”.
Y con eso la voz se desvaneció.
En ese momento comprendió,
que el dolor aunque sea devastador
le ayudará a ser mejor en un futuro alentador.
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